El impuesto de Bruselas a Google, Apple, Facebook y Amazon es correcto en intención, pero no en forma: habría que tomar otras medidas

El impuesto de Bruselas a Google, Apple, Facebook y Amazon es correcto en intención, pero no en forma: habría que tomar otras medidas
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Hace tan sólo unos días supimos de fuentes europeas, por boca del ministro de economía galo Bruno Le Maire, que la Unión Europea está ultimando la creación de un nuevo impuesto a la Nueva Economía. Este tributo trataría de poner coto a las prácticas de travase fiscal intraeuropeo de las grandes tecnológicas estadounidenses, y más concretamente de las conocidas como GAFA (Google, Apple, Facebook y Amazon).

El impuesto en cuestión estaría tomando forma en una horquilla de entre el 2% y el 6% de los ingresos corporativos, pero lejos de arreglar el rompecabezas de cómo hacer tributar a la economía del futuro, la realidad es que este nuevo impuesto se queda cojo (pero que muy cojo). Y no es que no pretenda algo más bien justo, sino que ataca el problema por el flanco equivocado.

Un impuesto bien orientado, pero mal diseñado

El Impuesto De Bruselas A Google Apple Facebook Y Amazon Es Correcto En Intencion Pero No En Forma Habria Que Tomar Otras Medidas 2

Lo cierto es que el gran problema de calado, en lo que se refiere al futuro sistema socioeconómico y su sostenibilidad, es cómo hacer tributar a las empresas que abanderan ese futuro. En el análisis "¿Por qué las tecnológicas pagan tan pocos impuestos en España y qué se puede hacer para remediarlo?" ya les expusimos la urgente necesidad de un nuevo marco fiscal europeo, en la línea de las noticias que nos llegan ahora desde Bruselas.

En realidad es cierto que han sido precisamente los grandes de internet los que han tejido complejos entramados fiscales para tributar en países con bajas fiscalidades, a costa de las arcas fiscales de los países donde verdaderamente desarrollan su actividad comercial y/o de ventas minoristas. Ya les argumentamos en su momento que la legalidad de dichas novedosas formas de trasvasar impuestos no las convierte ni mucho menos en actividades éticamente aceptables, y menos dentro del marco regulatorio de los países afectados.

Europa por fin se ha dado cuenta de ello, y se ha puesto manos a la obra. Pero aparte de llegar tarde, cuando estas empresas ya se han beneficiando ampliamente de las asimetrías fiscales de la Unión Europea durante años, lo cierto es que parece que todo indica a que el futuro impuesto no apunta al centro de la diana, con lo que difícilmente va a atajar el problema de raíz.

Con este nuevo impuesto, en Bruselas conseguirán clavar un dardo fiscal en algún lugar de la diana que les dé algunos puntos en forma de Euros, pero ni de lejos van a conseguir el objetivo que debería ser el primordial: diseñar de forma eficiente los impuestos del futuro que viene (o que ya está aquí). Tenemos pues más paños calientes que remedios.

Una fiscalidad asimétrica como principal preocupación en Europa

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Lo cierto es que el anuncio de esta nueva tributación no hace sino tratar de poner fin a una retahíla de multas millonarias a las tecnológicas estadounidenses, km puestas por haber tensionado el sistema tributario europeo, a base de quitar beneficios de aquí y ponerlos allá. Entre estas multas está la impuesta a Apple y que ascendía a 13.000 millones de Euros, o la impuesta recientemente a Amazon por valor de 250 millones.

Procedente de Dinamarca, la llegada de la valiente y decidida Margrethe Vestager como comisaria europea de competencia ha marcado un antes y un después en la concepción de Europa como mercado único. Con políticos como ella, renace ese espíritu de la Europa fuerte y unida con el que se concibió en sus inicios la Unión Europea, y que nos ha traído el periodo de properidad y de paz más largo que hemos visto en el Viejo Continente en muchos siglos.

Pero lejos de fiscalizar a puro golpe de sentencia, lo cierto es que las instituciones europeas deberían rediseñar de arriba a abajo un sistema tributario común que empieza a hacer aguas por todos lados. El problema no es simplemente que ésta o aquella empresa deje de pagar unos millones quitando de aquí y poniendo allá. El problema tiene mucho más calado, y es un reto mayúsculo que no puede ser eludido.

El hecho es que, desde estas líneas, hemos evitado entrar en el eterno debate de si impuestos altos o impuestos bajos. Nos hemos limitado a afirmar que el actual modelo impositivo no vale para la Data Economy, y que, sea alto o bajo, por haber algún impuesto tendrá que haber, aunque sea por coherencia para con las empresas de otros sectores que pagan no pocos impuestos.

Todo lo que hay detrás de un nuevo sector apenas regulado en muy pocos sentidos

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Obviamente, nuestras socioeconomías (y también nuestras economías) han cambiado radicalmente en los últimos lustros, y aún nos quedan por ver más cambios profundamente disruptivos con esta velocidad de progreso exponencial. Efectivamente, si la economía cambia, debe cambiar también la forma de hacerla tributar, tanto para adaptarse a las nuevas formas de actividad económica, como para mantener sostenible el sistema socioeconómico, y también (como no) para evitar ahogar con anticuados impuestos del pasado las nuevas e incipientes formas de hacer negocio, que potencialmente son las "llamadas" a ser las creadoras de empleo.

No se trata simplemente de poner un impuesto hecho a la medida de los cuatro jinetes de la tecnólisis. Eso es una regulación fiscal (muy) corta de miras. Lo que hay que atacar es que hay que regular la Data Economy en su conjunto, y hacerlo obviamente tanto para las GAFA como para todas las demás compañías y startups. No tiene sentido ni es justo hacer tributar sólo a las grandes empresas tecnológicas por tener un alto volumen de sus ingresos. Cada cual deberá pagar en su justa medida.

Los eurócratas no pueden seguir sin ser conscientes de aquello que ya les decíamos hace meses: los datos son la materia prima del siglo XXI. Ahí está ni más ni menos el quid de la cuestión (y de la nueva economía). Las GAFA son sólo la punta del iceberg, una punta tan gruesa que puede ser incluso de un cilindro, pero una punta al fin y al cabo.

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Si nos esforzamos tan sólo por que la parte visible de ese iceberg no impacte contra el transatlántico europeo, mucho me temo que el grueso del iceberg que se mantiene por debajo de la línea de flotación acabará rasgando el casco de nuestra nave. De la misma manera, todo el mundo sabe lo que le ocurrió al tristemente famoso Titanic, que casualmente hacía su primer (y único) viaje de puerto europeo precisamente a Estados Unidos.

No podemos dejar que la Nueva Economía sea mayormente una economía sumergida, no por delictiva, sino simplemente porque no se le ha dotado con una forma legal de salir a flote. Y no nos podremos quejar luego cuando navegando miremos a lo lejos y no avistemos más que la rasa línea del horizonte naútico yermo. El futuro llega por sí mismo, pero no debemos olvidar que llega únicamente el futuro que nosotros mismos hemos construído desde el presente. Esperemos que nuestros políticos en Bruselas sepan estar a la altura del desafío.

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