Señores Diputados ¿cuánto vale un café?

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Desde ayer corren como la pólvora las críticas a la limitación de los precios que pagarán los Diputados en el servicio de cafetería del Congreso que se ha realizado en el pliego de contratación de este servicio. Este pliego de condiciones de contratación tiene dos características muy importantes: la primera la limitación de los precios máximos de todos los artículos que se van a vender, blindando dichos precios hasta de las hipotéticas subidas del IPC.

La segunda, la subvención que se asigna para el hostelero que se adjudique dicho servicio, que recibirá una subvención máxima de 4.287.500 euros (IVA no incluído)por prestar este servicio y limitar los precios. Como no podía ser menos, las críticas a las subvenciones en bebidas alcohólicas no se han hecho esperar porque nuestros Diputados y todos aquellos que accedan a la cafetería del Congreso, disfrutarán de copas al módico de precio de 3,45 euros o cafés a 85 céntimos. Ahora, todos los mortales entendemos de dónde se sacaba Zapatero el café a 80 céntimos. Se ha puesto de moda auditar el dinero público y me parece perfecto que se haga, aunque estas críticas se deberían dirigir también contra aquellos eventos pagados con dinero público con destino dudoso que sirven para tapar bocas, que se critiquen absolutamente todos los dispendios festivos que realizan las diferentes administraciones en los que corre la comida y bebida a cargo del erario público.

Y si seguimos criticando, que se ponga el dedo en la llaga también en la financiación pública que se usa para suplir algunos proyectos empresariales, que se critique seriamente el uso privado que se realiza del patrimonio público como son viviendas, vehículos oficiales, gastos de escoltas o eventos privados que requieren despliegues de seguridad y sanidad pública equiparable a un acontecimiento de interés general cuando no deja de ser un evento privado de un político o allegado.

Muchos de los que critican estos dispendios, son los mismos que corren raudos y veloces al auxilio público, a ordeñar el presupuesto sea por donde sea, a la caza de la subvención y a los que te justifican cualquier otro gasto público que se realiza porque es imprescindible, porque está comprometido con organismos internacionales o porque cuando nos afecta directamente, el esquema de prioridades cambia sustancialmente. Ahí entonces, si estamos de acuerdo con que nos subvencionen a todos los gintonics, los cafés y el jamón de bellota. Hipocresía hispánica en estado puro en la mayoría de las críticas que no dejan de mamar de la teta del Estado.

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