Estamos perdiendo la lucha contra el cambio climático, y aun hoy hay cosas que nadie se ha preguntado

Estamos perdiendo la lucha contra el cambio climático, y aun hoy hay cosas que nadie se ha preguntado
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No es ninguna novedad que año a año las temperaturas en casi todas partes del globo van subiendo gradualmente. Son demasiados los años de la última década que han sido consecutivamente el año más caluroso de entre los que se tienen registros. Y lo más riguroso viene cuando se analizan cómo las medias de temperaturas también cotizan al alza. Lamentablemente, todo ello nos lleva a poder contra-argumentar a los que exhiben un efímero triunfalismo en cuanto refresca un poco más de la cuenta en algún mes concreto, y que utilizan para enarbolar las banderas del negacionismo del cambio climático.

Pero lo obvio paradójicamente se vuelve para algunos un terreno tremendamente subjetivo, y, a pesar de la evidencia que los datos van arrojando, y de la coincidencia con el catastrófico escenario que nos dibujaba la comunidad científica desde hace lustros, esa obviedad no será tal para todos hasta que estemos literalmente agua al cuello. Y resulta muy llamativo que, incluso llegados al punto actual de cambio climático, haya algunas cuestiones clave que todavía casi nadie se ha planteado.

Lo pinten como lo pinten, los datos están ahí, y muestran un evidente (re)calentamiento

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Pues para poner los datos sobre la mesa, y paliar en la medida de lo posible lo menos constructivo del acalorado debate que siempre surge en torno a este tema, empezaremos por enlazar este reciente artículo de Naciones Unidas que analiza diversos eventos climáticos recientes que suponen un preocupante signo que, si no fuese porque no tenemos donde ir, serían para salir corriendo de este planeta.

Pero deteniéndonos en eventos climáticos que llaman especialmente la atención por su especial significancia, podemos explicarles cómo este mismo invierno pudimos observar atónitos que muy cerca del Polo Norte se estuvo de forma sostenida en el tiempo casi 20 grados centígrados por encima de la media de temperatura para esas fechas. Por otro lado, está el caso de la ciudad iraquí de Basra, antiguamente denominada la Venecia del Este por su abundancia de agua dulce en diversos canales. Esta ciudad ahora sufre importantes revueltas populares como consecuencia de haberse visto abocada a un suministro raquítico y deficiente de un agua dulce de baja calidad y casi salina, y siendo uno de los principales causantes la anómala escasez de precipitaciones en la zona.

Tampoco se debe olvidar cómo la terrible guerra en Siria tuvo un inicio coindidente con una pertinaz sequía en el país, a la que siguió un éxodo masivo del campo a la ciudad, y unas posteriores revueltas urbanas que dieron inicio al conflicto. Si bien hay mucha polémica al respecto, lo cierto es que hay diversos informes que califican esta guerra como la primera guerra climática; un extremo que no podemos confirmar desde estas líneas con el debido rigor.

Pero a buen seguro que más de uno argumentará que éstos son hechos locales y/o puntuales que no tienen por qué ser indicadores de un cambio climático generalizado. Vayamos pues a la parte de las medias, que siempre aportan el debido rigor de los datos y series estadísticas. Pues bien, resulta que de los últimos 15 años, 13 concentran las temperaturas más altas desde 1850, año en que comenzaron los registros meteorológicos (a saber hasta dónde nos remontaríamos de tener más registros).

Las muertes por golpe de calor son cada vez más habituales, la fauna y la flora se resienten, muchas aves migratorias como las cigüeñas ya se quedan a pasar todo el invierno con nosotros en muchos puntos de la geografía española, e incluso emigran en verano hacia lugares con mayor humedad. En latitudes antes inhóspitas para ciertas especies de climas más cálidos, podemos ver ahora nuevas especies invasoras que ya han arraigado en el ecosistema local, como es el caso de este mosquito africano que puede llegar a contagiar diversas enfermedades típicas en el continente negro, y que ha sido detectado en Asturias en todas sus fases biológicas.

Por citar dos últimas noticias muy significativas a nivel socioeconómico, hemos visto cómo este verano han tenido que cesar su actividad varias centrales nucleares de Europa porque los ríos que se utilizan para refrigerar sus reactores traían sus aguas inusualmente calientes. Por otro lado, seguramente hayan leído ya hace unos meses sobre cómo Ciudad del Cabo se queda literalmente sin agua ni para el consumo más esencial. Allí están tan desesperados que ya han entrado en la dinámica de ver una salida en soluciones totalmente rocambolescas, como salir por los mares a cazar icebergs para tener algo de agua dulce. Pero después de unos meses, la letal sequía va extendiendo sus grietas por el país, y lamentablemente es ya Sudáfrica como país la que se enfrenta a una sequía de emergencia nacional

A modo de síntesis, imaginen cómo será ya la cosa a nivel global, que el sector económico empieza a estar consternado por la inevitable y palpable llegada del cambio climatico. Una buena muestra de ello es que incluso el pragmático (y visionario) semanal The Economist ha dedicado un artículo temático a este trascendental asunto, y que lleva por título la rotunda afirmación de que "El mundo está perdiendo la guerra contra el cambio climático".

Esto ha sido la crónica de una catástrofe anunciada que ya había encendido todas las alarmas

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No sé si los datos anteriores dejarán todavía a algún lector negando taxativamente la existencia de cambio climático alguno. Si es así, simplemente me gustaría llamarles la atención sobre el hecho de que estos cambios en el clima eran precisamente lo que la comunidad científica venía prediciendo desde hace décadas en caso de que no se recortase drásticamente la emisión de gases de efecto invernadero como el CO2.

Ante este tipo de datos innegables, muchos negacionistas han mutado dialécticamente a admitir que puede que haya cambio climático, pero siguen aferrándose al clavo ardiendo de que no se puede afirmar que este calentamiento global sea producido por las emisiones de gases invernadero. Alguno insiste en que ello ha sido mera casualidad por azares del cambio climático natural de la tierra, propio de cambios en periodos interglaciares a muy largo plazo. Pero el hecho es que la geología confirma que vivimos en los años más calurosos del planeta desde el periodo interglaciar Riss-Würm, que se remonta en la Historia la mágica cantidad de 115.000 años (cuando finalizó). Todo apunta además a que ahora el motivo ha sido a causa de la actividad humana sobre la Tierra.

Así lo afirman diversos estudios de reputados científicos y organismos estatales que, sin embargo, se ven súbitamente cercados por recortes presupuestarios y se sienten amenazados por las intenciones de silenciarlos. En este sentido, resulta especialmente reveladora la especial virulencia y rapidez con la que hemos retomado máximos de hace cientos de miles de años.

Tal vez las subidas por década del orden de décimas de grados les parezca una ridiculez, pero el hecho es que la remontada sostenida de esas subidas en tan sólo unas pocas décadas es muy significativa, e indicativa de un comportamiento excepcionalmente anómalo: las tres o cuatro décadas en las que ha ocurrido suponen apenas un instante en términos geológicos y de períodos glaciares terráqueos. De ser por motivos naturales, estos cambios deberían ser infinitamente más graduales y progresivos, salvo si se debiesen a eventos geológicos puntuales y observables como por ejemplo una serie de erupciones masivas que arrojasen ingentes cantidades de CO2 a la atmósfera, extremo que evidentemente no se observa a día de hoy.

En todo caso, si un cambio climático viene por una actividad volcánica inusitada, por el fin de un periodo geológico más frío, o por cualquier otro motivo natural, es inevitable tener que enfrentarse a un desastre que nos ha sobrevenido fortuitamente. Pero lo que no tiene el más mínimo sentido es que nos enfrentemos a una catástrofe medioambiental y humana de inconmensurables proporciones por no haber sido capaces (y por haber negado la necesidad) de hacer nuestra actividad sostenible a tiempo. Las desgracias que vengan por sí solas, trataremos de encajarlas como podamos, pero las que nos hayamos buscado nosotros mismos por falta de visión, o por exceso de intereses creados, pues qué quieren que les diga: son imperdonables. Lo de la vida inteligente, de la que se supone que somos el máximo exponente, será para unas cosas, porque para otras...

Y un último argumento recurrente que he observado en las redes es cómo algunos negacionistas rebaten que el nivel del mar no ha subido inundando nuestras costas y ciudades costeras, tal y como predecía esa comunidad científica a la que algunos denostan denominándoles “calentólogos”. Pues bien, esto es muy cierto, pero ha ocurrido por uno de esos efectos imprevistos que tantas veces ocurren en un sistema tan complejo como es nuestro planeta.

Sí que ha habido una gran cantidad de agua nueva en nuestros mares y océanos como consecuencia del deshielo de los polos, lo que ha ocurrido es que el peso de semejante cantidad de agua nueva ha hecho que el fondo del océano no pueda soportarlo sin ceder. Como consecuencia, el suelo oceánico se ha hundido ante el peso de la masa de agua derretida, con lo cual el nivel de los mares no ha subido como debiera, aunque masa de agua hay mucha más como también predecía la comunidad científica.

El que no quiera verlo, que siga viviendo en la ilusión de que llevaba (algo de) razón, pero corregir es de sabios, sobre todo cuando aún puede que estemos a tiempo de revertir la situación antes de llegar al punto de no retorno (si no lo hemos alcanzado ya). Así lo hizo Jerry Taylor, un histórico negacionista convencido que a su vez convenció a miles de personas, pero que acabó dándose cuenta de su equivocación, y ahora intenta ayudar a subsanar las consecuencias de su tremendo error tratando de hacer ver a otros negacionistas lo equivocado de sus puntos anti-climáticos. Pero no todo el mundo será capaz de reconocer así de ejemplarmente que estaba equivocado y de cambiar de opinión: para ello hace falta una buena dosis de capacidad de autocrítica constructiva, que tengo la esperanza de ver en la blogosfera.

¿Y hay alguien conjurando detrás de todo este desastre medioambiental con dimensión humana?

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Avisados quedan de que, a partir de este punto, nos adentramos en un terreno fuertemente subjetivo que ya saben que suelo matizar desde estas líneas, más comprometidas con el rigor y con el terreno de lo objetivo. Pero como soy consciente de que a muchos de nuestros lectores les gusta vislumbrar opciones más allá de lo meramente visible, y como también hay (muchos) motivos para poder hacerlo en concreto con el tema de hoy, vayamos allá con una dosis de argumentario conspiranoico. Para ello, simplemente vamos a plantear algunas cuestiones a las que ustedes mismos se darán las debidas respuestas.

La “A” de todo argumentario conspiranoico se basa en tres premisas principales sobre el nuevo escenario post-manipulación:

  1. ¿Cuál ha sido el (oscuro) método para conseguir el objetivo?

  2. ¿Quiénes son los beneficiados?

  3. ¿Quién habría sido el perjudicado de no haberse logrado el escenario post-manipulación?

Acerca del método, como habitual de los foros y las redes sociales, para ser ecuánimes en este tema, si bien es cierto que en realidad este bando está fuertemente avalado por la presencia de la práctica totalidad de la comunidad científica, he de confesarles que en el lado de los luchadores contra el cambio climático también he observado bastantes artículos que pecan de populistas. Y lo hacen apelando al sentimiento más pasional e ideológicamente fácil, sin restar por ello un ápice de razón a estas posiciones tan racionales, y que vienen avaladas por datos objetivos y estimaciones científicas.

Pero por la otra parte, en el lado de los negacionistas, con honradas y múltiples excepciones, el caso es que he observado sospechosamente bastantes veces métodos que recuerdan mucho a la propaganda más cruda. Ésta se ha basado en informes con datos que no se pueden contrastar o sin rigor alguno, citando supuestas instituciones de referencia que no lo son, e incluso retorciendo razonamientos imposibles a fin de hacerlos convincentes a primera vista para los menos reflexivos. He aquí el método de los que pueden habernos inducido al profundo desacuerdo en el tema climático, con el fin de evitar algo que no les interesaba.

Por lo que respecta a la segunda cuestión, la de los beneficiados por el cambio climático sobrevenido (y que puede ir aún a más), debemos preguntarnos en nuestra conspiranoia a quién le beneficia en principio un incremento generalizado de las temperaturas. Resulta obvio que a los países con climas más calurosos y templados no, puesto que van a subir un grado en la escala de la “insoportabilidad” de unas olas de calor que se están volviendo más frecuentes y más intensas, y que les abocan a un muy probable proceso de desertificación. Pero sin embargo los países con climas gélidos pasarán a gozar de un nuevo clima mucho más templado y apto para actividades económicas que hasta el momento no podían ser desarrolladas.

Una de las actividades económicas en las que el clima tiene más impacto, con permiso del turismo, es la agricultura. Así que, para despejar la incógnita, debemos pensar en (ex)climas gélidos, a los que les podamos sumar una orografía apta para un cultivo fácil, masivo y a bajo coste, con extensas y grandes praderas que hasta el momento estaban la mayor parte del año escarchadas y en las que sólo crecía la tundra. Así podemos averiguar a qué país o países el cambio climático les va a regalar una inconmensurable superficie cultivable de nuevo cuño, que les hará el nuevo granero y huerta del mundo, en detrimento de los países en los que ahora se agostarán los cultivos por falta de agua y/o exceso de calor.

Por otro lado, además de lo anterior, no podemos tampoco olvidar que uno de los principales efectos del cambio climático es que los casquetes polares se están derritiendo. Como consecuencia de ello, no sólo están a punto de florecer nuevas y más rentables rutas comerciales a través de latitudes que hasta el momento no eran aptas para la navegación por estar heladas casi todo el año, sino que además la parte continental del Ártico también se derrite. Con ello, aflorará nueva superficie terrestre con importantes recursos mineros y petrolíferos, sobre los que siempre han posado sus ojos diversos países limítrofes, y sobre los que también siempre han tenido aspiraciones territoriales. Los colegas de el Orden Mundial publicaron un excelente artículo sobre ello.

Lo que ocurría hasta el momento era simplemente que no merecía la pena enfrentarse a la comunidad internacional por un pedazo de hielo impenetrable y estéril. Pero ahora, con el deshielo, en el Ártico va a aflorar un auténtico El Dorado que va a ser objeto de una inevitable disputa territorial. Y es evidente que ese nuevo y rico terruño tiene unos claros y firmes candidatos conquistadores, tanto por su cercanía geográfica como por sus tradicionales aspiraciones expansionistas sobre la zona.

Y para finalizar, en nuestro ejercicio (o más bien ¿divertido? juego) conspiranoico, debemos preguntarnos quiénes habrían sido los grandes perjudicados si se hubiese generalizado la lucha contra el cambio climático. Como todos sabemos, uno de los principales causantes de gases de efecto invernadero son los combustibles fósiles, siendo los principales el carbón (por especialmente sucio) y el petróleo (por ser de uso con dimensión totalmente masiva).

Los intereses del sector minero del carbón son más bien escasos y poco articulados, y en todo caso quedan empequeñecidos frente a los intereses de un sector mastodóntico como es el petrolífero. Se puede concluir pues en la obviedad de que un firme candidato a tener intereses patentes en frenar la lucha contra el cambio climático es un país productor del oro negro, a poder ser con una economía fuertemente dependiente de él, y que para más motivos que haya podido sufrir ya en sus propias carnes graves perjuicios económicos por una depresión del precio del petróleo que haya tenido ya lugar en el pasado.

Del "blanco y en botella" a ser el blanco del lanzamiento de botellas...

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¿Han ido encontrando candidatos para todos los puntos anteriores? ¿Han realizado el ejercicio de ver qué país (o países, por mantener la incógnita a su propio veredicto) aparece en todas las quinielas? ¿Van atando cabos? Pues simplemente decir que, como colofón conspiranoico, nunca debe faltar la insinuación final de que el tema se resume en algo blanco y en botella; pero en este caso no sería leche, aunque podría tratarse también de una bebida "blanca".

Una vez finalizado el recreativo ejercicio de imitar por una vez el estilo más puramente conspiranoico, sí que expondremos muy seriamente que, de haber realmente algún siniestro país detrás de todas las preguntas anteriores, su cortoplacismo y poca visión de futuro son épicos. Si en ese país creen que van a estar a salvo porque en principio el cambio climático les beneficie a corto plazo (pero corto rabioso), que esperen a que les lleguen las masivas corrientes migratorias que la catástrofe climática va a provocar, y con destino seguro precisamente a los pocos países que queden con condiciones habitables para la vida humana. Y si creen también que semejante avalancha se va a poder frenar en seco pulsando el botón rojo, creo que más bien los que se van a acabar poniendo rojos son ellos y por haber hecho el ridículo más espantoso cuando acaben estando desbordados por una situación absolutamente incontenible.

En su popular programa humorístico, José Mota parodiaba cómo a un político poco a poco la oposición le montaba una polémica tras otra por afirmar lo evidente pero no demostrable. El pobre político iba tratando de contentar a todos eliminando de su frase inicial afirmaciones concretas, y quedándose al final en su discurso en el estrado con la enigmática e hilarante frase siguiente: “Alguien, en algún lugar, en algún momento, ha hecho algo”. Pues eso.

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