Y ya se sabe quiénes van a ser los que paguen por los desmanes de la crisis subprime

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Si bien no podemos negarles que posiblemente la crisis subprime se tratase de una crisis multicíclica de la que tan sólo hemos asistido a la primera parte, lo cierto es que, al menos esa primera fase, ha quedado definitivamente atrás. Es momento pues de reagruparse, evaluar daños, y contabilizar bajas.

En concreto, acerca de lo de contar bajas, en este caso no se refiere a un fatídico recuento de víctimas mortales en las propias filas (que las habrá habido, y puede que unas cuántas), sino más bien a ver qué responsables de todo aquel desastre han acabado merecidamente entre rejas por sus desmanes. La respuesta les va a sorprender… o tal vez ya ni les sorprenda, lo cual resultaría todavía mucho más dañino para el futuro de nuestra socioeconomía.

Desde Enron hasta las subprime, poco había cambiado (al menos en la práctica)

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Fue la reputada revista económica Forbes una de las primeras publicaciones que, en aquella terrible refriega que supusieron las subprime, se preguntaba que ¿Dónde estaba la SEC (la CNMV estadounidense)?. La reflexión era más que oportuna, además de necesaria. Como igualmente era necesaria que la hubiesen hecho ciertos estamentos socioeconómicos con capacidad ejecutiva. Pero Forbes no sólo se preguntaba por la SEC a raíz de las subprime específicamente, sino que además ponía a la SEC en el contexto de haberse ya enfrentado hace no demasiado tiempo a una crisis de Enron que le sacó los colores, y que ya había supuesto otro de los terremotos de los mercados.

Pero esos colores no afloraron a las mejillas más encarnadas (y encarnizadas) ni en la primera ni en la segunda ocasión, cuando un regulador financiero como la SEC resulta que está precisamente para tomar cartas en este tipo de asuntos a tiempo, evitando desastres que si no acabamos por pagar todos (y algunos con hambre, desempleo y grandes penurias). Y esa ausencia de colores no sólo no se percibía en las declaraciones de unos y otros, sino que además se han demostrado totalmente inexistentes cuando, tan sólo apenas diez años después del huracán subprime, ya están cometiendo el mismo error (en caso de que efectivamente se tratase de un error y no de algo todavía peor).

Efectivamente, en los últimos trimestres se está relajando temerariamente la regulación de esta familia de productos financieros tan potencialmente peligrosos, y se están consintiendo de nuevo prácticas casi idénticas a las que en aquella ocasión derrumbaron Lehman Brothers, y que pusieron en jaque a todo el sistema. De hecho, pusieron en jaque incluso a las propias democracias, con un peaje político que todavía estamos pagando a día de hoy a la vista de la composición de los diferentes parlamentos nacionales (por no hablar de los no-nacionales).

Pero bueno, se podría pensar que, por lo menos, aquellos que cargaron el arma en aquel crimen y presionaron el gatillo antes de darse a la fuga estarán entre rejas por los delitos que cometieron. De nuevo, me temo que debe tratarse de un error: la gran mayoría se zafaron en la noche financiera. Aquí apenas nadie ha ido a la cárcel. Alguno suelto sí que ha ido, pero no fueron (ni de lejos) todos los que eran, ni desgraciadamente eran todos los que fueron (o al menos no eran los principales culpables del desastre). Debe ser que, para su propia desgracia, los que acabaron en prisión sería porque no tendrían en su momento las “conexiones” adecuadas.

Primeramente, y para ser rigurosos, también hay que alejarse de las informaciones como la de este artículo de Bloomberg, que afirmaba tajantemente en el propio titular que nadie había ido a prisión. Es totalmente inexacto, y hay que criticar abiertamente este tipo de titulares que tratan de apelar a nuestro lado más pasional e indignadamente irracional. Lo cierto es que, como informaba la CNN, hasta 35 ejecutivos del sector financiero y bancario han acabado entre rejas por aquel terremoto financiero, o más bien, por especular a sus anchas previamente.

35 no es una cifra despreciable, desde luego, aunque resulta ciertamente escasa para la dimensión que alcanzó el desastre. Pero el tema aquí es quiénes son los que han pagado la fiesta pasando a ver el patio tras los barrotes. La realidad es que, de entre esos 35 encarcelados, no hay absolutamente ninguno de la primera línea de fuego de Wall Street, entre cuyos ejecutivos había sin duda más de un pirómano irresponsable que fue prendiendo fuego aquí y allá en el sistema financiero. Los sentenciados han sido todo pequeños directivos y gente más o menos irrelevante en los grandes organigramas, y provienen especialmente de entidades y empresas que no tienen mucho que decir a nivel del panorama nacional e internacional. Prácticamente son todos de empresas pequeñas y medianas (al menos en el mercado de EEUU).

Pero sí que hubo un alto ejecutivo que pagó la tarifa completa por sus acciones ilegales

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De todos los análisis que se han hecho sobre la impunidad del tema de hoy, destaca por méritos propios un excelente artículo del New York Times (como no podía ser de otra forma). Este templo del cuarto poder, haciendo honor a su gran calidad periodística habitual, no sólo profundiza en el perfil del ejecutivo que sí que pagó por sus acciones. El NYT además entra en un farragoso terreno que es prácticamente periodismo de investigación, y ha analizado con rigor y autocrítica qué es lo que puede estar fallando en el sistema judicial norteamericano para que muchos de los delitos subprime hayan quedado impunes de esta escandalosa manera.

Así que prácticamente todos los reos son provenientes del “menudeo” de las subprime. Todos salvo uno, un alto ejecutivo de una gran firma internacional. Sí, hubo uno que parece que acabó pagando por todos los demás: por los que también eran culpables, los denominados “banksters” (que tampoco lo eran todos los profesionales financieros). Actualmente, este delincuente está en prisión sufriendo “por él y por todos sus compañeros”. El reo en cuestión es Kareem Serageldin, un hombre que llegó a tener unos ingresos anuales de unos 7 millones de dólares abonados en concepto de nómina por Credit Suisse, y que ahora ve el mundo a lo lejos, enjaulado en una triste celda de presidio con poco más de valor encima que un raso traje de rayas.

Pero no se equivoquen, Serageldin no es un cándido inocente precisamente; sí que cometió delitos financieros. No está encarcelado injustamente, sino todo lo contrario. Como relataba el NYT, Serageldin cometió el gran error que supone haber ocultado las pérdidas que le ocasionaron aquellos productos subprime que tenía en cartera, y que se desplomaron cuando pinchó la burbuja. Y eso supone un delito. Además, con acciones como esa ocultación en las cuentas, Serageldin contribuyó a maximizar el riesgo sistémico de aquel sonoro pinchazo, participando en hacer la burbuja inmanejable por ser literalmente imponderable.

Efectivamente, uno de los problemas más críticos durante las primeras horas de aquella crisis que les estalló entre las manos a los dirigentes del país, era que ni siquiera los máximos dirigentes económicos eran humanamente capaces de determinar el alcance y las cifras que estaba suponiendo aquella debacle. Pero creo que casi todo el sector estará de acuerdo en que, de todo lo que pasó en aquellas fatídicas fechas y en los trimestres precedentes, la ocultación de las pérdidas sólo fue una piedrecita más en el camino. De hecho, ni siquiera fue uno de los desencadenantes que dio origen a todo el desastre, sino que fue una censurable reacción ante lo que ya estaba explotando.

Así que tenemos que sí, que Serageldin es culpable y está pagando por sus delitos, pero hubo “actividades” de ingeniería financiera mucho más dañinas y con mayores consecuencias en todo este asunto, y tanto esas acciones como sus ejecutores han quedado impunes. Sin ir más lejos, fue mucho más grave toda aquella especulación y la operativa de vender hipotecas a individuos sin ninguna capacidad de repago, trocearlas y paquetizarlas en productos estructurados, y diseminarlas por todo el sistema con un diseño financiero por el cual nadie sabía exactamente qué estaba comprando y qué riesgos asumía.

¿Cuáles pueden ser las causas de esta aparente impunidad para los directivos de Wall Street que pudieron tener responsabilidades en la debacle?

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Pues remitiéndoles de nuevo al enlace anterior del NYT, este honorable diario demuestra una vez más a su merecida reputación, y se aleja de visceralidades y juicios de valor sin la debida justificación. Así, el NYT ha hecho un auténtico reportaje del tema de hoy hasta sus últimas conclusiones y consecuencias, sin temor a lo que se pudiera encontrar al final de su artículo. El NYT se pregunta muy procedentemente por qué el ministerio fiscal estadounidense no ha perseguido con más intensidad a los responsables de aquella catástrofe financiera. Y las razones que han encontrado puede ser que les gusten a ustedes o no (al igual que a mí), pero el hecho es que se ciñen a lo que un periodista puede llegar a saber, sin que haya habido en este caso “gargantas profundas” como la que delató a Nixon.

Sería muy poco riguroso por su parte (y por la nuestra) empezar a afirmar contundentemente la existencia de unos complots y entramados político-financieros sobre los que ahora mismo no se dispone de pruebas de cómo pudieron mover los hilos durante la fase judicial de la debacle subprime. Sería muy “del cuarto poder” poder arrojar luz sobre una suposición de este calibre, bien sea en uno u otro sentido, pero en estos casos es realmente difícil conseguir dar con un jilguero que cante entre tanto felino: el jilguero sabe que lo más probable es que se lo merienden en cuanto abra el pico. Así que, lamentablemente, en el estado actual de las cosas, no podemos afirmar lo que no sabemos a ciencia cierta.

Pero sí que hay otras conclusiones que pueden ser igualmente interesantes, y para las que hay base fundamentada que nos permite hablar con rigor de ello. Lo cierto es que llama poderosamente la atención ver cómo en escándalos financieros anteriores a las subprime, el ministerio fiscal sí que persiguió con mucha más intensidad y penas de cárcel a los responsables del momento. De hecho, así había venido siendo desde la primera gran crisis financiera del capitalismo: el famoso crack del 29.

En aquella ocasión, en los agitados años 30 encarcelaron incluso al que fuera máximo responsable de la mismísima Bolsa de Nueva York, ahí es nada. Lo mismo ocurrió con los escándalos crediticios de los 80, cuando 1.100 individuos fueron perseguidos judicialmente, incluyendo a los máximos ejecutivos de muchos de los principales bancos quebrados. Igualmente, en los 90, cuando pinchó la más reciente “Burbuja .com”, los máximos responsables de diversas empresas tecnológicas y no tecnológicas acabaron purgando sus excesos entre rejas. No ha sido así en esta ocasión, a pesar de que la dimensión de la crisis subprime y los agujeros que hizo en los mismísimos cimientos del sistema, empequeñecieron a muchas de las crisis anteriores.

Una de las razones con fundamento a las que apunta el NYT, se refiere al cambio en la forma de proceder de los fiscales de EEUU en casos contra grandes empresas y sus directivos, y que apuntan a que difiere de otros casos porque el ministerio fiscal también maximiza su propia ecuación riesgo-coste-beneficio. Este giro en la forma de proceder en los casos financieros coincidió en el tiempo con los nuevos aires que soplaron de la mano de nuevos responsables nombrados por Obama dentro del Departamento de Justicia.

Estos responsables provenían de firmas con una forma muy diferente de afrontar casos judiciales, y que trajeron tras de sí a todo un elenco de juristas de élite que abogaban por nuevos métodos fiscales, siguiendo el mantra del que era su máximo responsable: “llévalo al siguiente nivel”. Y el siguiente nivel resultó ser ni más ni menos que intentar evitar “meterse en fregados” con grandes costes y riesgos para el ministerio fiscal, especialmente en esfuerzo y tiempo.

Para poder valorar esta polémica decisión, también hay que ponerse en contexto al decir que, en aquel momento, el ministerio fiscal estadounidense estaba escarmentado tras una serie de sonoros fracasos en serie en diversos procesos judiciales a gran escala. Y no sólo de fracasos iba el asunto, en el ministerio fiscal también estaban escarmentados con el coste político y de despidos masivos de empleados (más de 100.000) que supuso la implicación determinante de Arthur Andersen como auditor en el caso Enron.

El sinsentido de aquel caso es que aquella contundente sentencia, y el consiguiente cierre de la empresa, se acabó traduciendo pradójicamente en bajar el nivel del celo del ministerio fiscal. A los fiscales se les acusaba públicamente de haber provocado la caída de toda la empresa, y se les hacía responsables de haber dejado "en la calle" a miles de familias, tras el despido de los trabajadores de base que, para colmo, eran inocentes en todo aquel turbulento caso de fraude.

Supuestamente, el ministerio fiscal decidió pues cambiar su estrategia con los delitos “de guante blanco”, con el fin de asegurarse minimizar sus costes de todo tipo, pero asegurándose a la vez una cierta probabilidad de éxito ante los despachos de abogados de élite que siempre defienden a los gigantes del sector. Estos bufetes casi siempre encuentran no ya tres pies al gato, sino gatos con dos pies, uno o incluso ninguno. El hecho es que muchas veces conseguían incluso arruinar la causa judicial, y salir prácticamente indemnes del proceso a pesar del celo fiscal. Así, en el NYT apuntan a que la forma actual de perseguir los delitos financieros ha difierido ahora porque el ministerio fiscal también habría pasado a maximizar su propia ecuación riesgo-coste-beneficio (incluyendo en ella el poderoso coste político, claro está).

Pero como casi siempre, hay toda una serie de condicionantes socioeconómicos y políticos, que traen una extensa gama de grises

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La estrategia con la que el ministerio fiscal estadounidense se enfrenta ahora a los posibles delitos financieros de los gigantes del sector pasa por negociar y tratar de llegar a un acuerdo extra-judicial, antes de meterse en costosos e inciertos procesos judiciales. Priorizan así el pago seguro de importantes multas que le duelan al sector, en vez de tratar de perseguir potenciales condenas penales de prisión a sentenciar tras convencer arduamente al juez o al jurado. Así, como apuntaba el NYT, en medio del fragor de la batalla fiscal contra los responsables de las subprime, en 2012 el porcentaje de las causas abiertas por el ministerio fiscal estadounidense contra los delitos “de guante blanco” supusieron tan sólo un 9,4% del total de las causas federales. La cifra supone un desplome frente al porcentaje del 17,6% de mediados de los 90 que entonces arrojaba la misma estadística.

En el mismo sentido, en los ocho años que van de 2004 a 2012, el Departamento de Justicia estadounidense llegó a 242 acuerdos extrajudiciales con empresas: una comparación muy significativa frente a los tan sólo 26 de los 12 años precedentes. Especialistas del sector afirman que el ministerio fiscal está contento con unos resultados que suponen una penalización económica muy importante para las empresas, y que les evitan a ellos siquiera tener que enzarzarse mínimamente en complejas y enredadas causas judiciales de final más que incierto en muchos casos.

Además, desde el punto de vista fiscal, es mucho más sencillo involucrarse y tener éxito en investigaciones a empresas, que tratar de conseguir una sentencia de culpabilidad para un ejecutivo a título individual. De hecho, los procedimientos fiscales que dicho ministerio emprende contra ejecutivos a título individual son externalizados a día de hoy a empresas externas, que acaban redactando informes que (oh oh) siempre exculpan a la cúspide de las organizaciones.

Por si esto no fuera poco, a la compleja situación fiscal del momento, se añade el hecho de que, en esta ocasión, el FBI necesitaba asignar numerosos agentes a investigaciones por terrorismo, y ya no ponía a disposición del caso de las subprime apenas agentes federales, al contrario que en ocasiones anteriores; y eso que el Departamento de Justicia ya sufría retrasos y hasta cancelaciones en diversos procesos de contratación. Por otro lado, la financiación real con la que contó finalmente el Departamento en la era Obama para estas causas distó mucho de lo inicialmente previsto, y se quedó en una cifra totalmente insuficiente para las ingentes necesidades de un caso masivo.

Parece que así pues el ministerio fiscal estaba entre la espada y la pared (¿O debería decir que “le pusieron entre el dólar y la pared”?). La salida del ministerio fiscal acabó siendo crear uno de esos grandes comité de trabajo para el tema subprime, que se suelen caracterizar por tomar decisiones “de consenso” de las cuales no se puede responsabilizar a nadie en concreto, y al que no se le dieron atribuciones de investigación en un caso que las requería por todos los lados: vamos, una clara sentencia condenatoria, pero para la causa penal (que no para los acusados).

Tampoco se puede exculpar del todo a unos fiscales que, como bien apunta el NYT en su artículo, ven el ministerio fiscal como un mero trampolín al infinitamente mejor retribuido sector privado. Por ello, muchos fiscales suelen decantarse por tratar de cosechar rápidamente una buena serie de éxitos fulgurantes en sus procedimientos, labrarse una buena reputación, y resultar atractivos para alguna de las firmas que ofrecen sueldos muy muy generosos. La manera en que se afrontó la causa fiscal de las subprime también encajaría con este escenario. Así que vemos como, una vez más, no tenemos una única razón por la que la compleja causa de las subprime ha quedado mayormente impune, sino que tenemos una conjunción de diferentes razones posibles. Y que conste que en el artículo "Aquella fusión forzada de Cajas que sólo fue una patada hacia adelante" ya les analizamos las profundas cicatrices que dejó en nuestro tejido socioeconómico la particular crisis subprime "a la española".

Lo que aparentemente es una nueva estrategia fiscal de éxito, tiene implicaciones sistémicas (e incluso democráticas)

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Finalizaremos por hoy empezando por insistir una vez más en lo reciente de la lección que deberíamos haber aprendido de la terrible crisis subprime, tras el alto precio que todos pagamos por ella en una u otra medida. Porque ya no es sólo todo lo que aquello supuso en su momento (y que podría haber llegado a suponer escenarios todavía más destructivos de todo lo que ya de por sí supuso), sino que desde aquí seguimos alertando acerca de otra crisis que podría estar en ciernes, y que sería muy similar a la subprime, tanto en modus operandi como en capacidad destructiva masiva. Lo de aprender para la siguiente, mejor queda para otro día, o incluso para otro siglo (de nuestros políticos).

A pesar de los motivos más o menos fundamentados para poder tratar de dilucidar por qué el ministerio fiscal estadounidense ha actuado tan polémicamente como ha actuado, sea por eficiencia fiscal, o sea por otros motivos algo más sombríos, lo cierto es que en la práctica todo esto sólo significa que este ministerio tiene dos formas de proceder en la ejecución de sus procedimientos. El procedimiento a seguir epende de si es contra una gran empresa financiera, o si es en otro tipo de causas. Lo pongan como lo pongan, dos formas diferentes de proceder por parte del ministerio fiscal ante delitos equiparables en esencia, implica que hay dos formas de exigir justicia, y por lo tanto, dadas las atribuciones del sistema a los fiscales, esto se traduce inevitablemente en que hay dos justicias.

Para su sorpresa (o más bien, para simulación de su sorpresa), resulta que los que mayormente han acabado pagando el total de la cuenta de aquella fiesta de productos tóxicos no fueron ni siquiera los DJs que inocularon en los oídos de los asistentes sugerentes melodías. Fuimos el conjunto de los ciudadanos los que realmente pagamos por los excesos de otros (y alguno por excesos propios en una especulación inmobiliaria que, no lo olviden, fue popular). Los ciudadanos perdimos servicios, empleos, viviendas familiares, y parte de nuestro dinero; eso por no hablar del auge político del populismo de cualquier color (que ya veremos cómo acaba, pero no apunta a nada bueno).

Porque sí, esos DJs son la version moderna del pianista que en otras épocas ni él salía vivo cuando se liaba el tiroteo. Ahora no solo salen los “banksters” (que no son ni de lejos todos los profesionales) por su propio pie de la sala de negociación con los fiscales, sino que en algunos casos se dirigen impunemente directamente a la siguiente fiesta. Es lo que tiene que un asunto político-jurídico tenga implicaciones socioeconómicas sistémicas: si cuando cometen desmanes no pagan severamente por apenas nada, y lo que se paga es simplemente una suma que acaba poniendo tu empresa del dinero de los accionistas, ¿Qué va a mantener a ciertas naturalezas alejadas de prácticas financieras que pueden poner en jaque a todo el sistema en su conjunto?

Alejémonos del cortoplacismo de querer enriquecernos rápidamente y sin apenas esfuerzo, y dejemos el dinero para la medida en la que nos lo ganemos (honradamente): en esto realmente está la semilla del mal de hoy. Y esto no trata de ser en absoluto una forma de perpetuar la actual distribución de clases sociales. Para nada. En ese pack va una socioeconómicamente necesaria meritocracia, y si lo que ustedes aportan al sistema es mucho (pero de verdad), es justo y necesario que su compensación sea acorde. Pero hay que decir que también hay que tener cuidado por el otro lado del juicio personal, y debemos igualmente rechazar la indignación más visceral que la propaganda económica trata de inocularnos, ya que no dudará en explotar esta evidente grieta social como cualquier otra que detecten, hasta hacerla una sima que siembre el caos en su oponente (nuestro sistema).

Corten hábilmente la cuerda que nos une a estas dos asociaciones de sujetos del sector socioeconómico, dejen que sean ellos los que salten solos a sus sendos vacíos del cortoplacismo aberrante y la desinformación teledirigida. Ustedes traten de mantenerse con los pies en la tierra: si conseguimos ser mayoría en este maremagnum de ambiciones y visceralidad, salvaremos al conjunto de la sociedad, y además tendremos opciones de mejorar el sistema de verdad.

Pero, lamentablemente, ésos no son ni de lejos los daños más graves que podemos estar sufriendo. El daño más profundo que pueden infligir a nuestro sistema es hacernos perder la confianza y la esperanza de que hay una justicia (y una economía) para todos, y que “el que la hace la paga”, con el peligro último de que acabemos renunciando a nuestros ideales más sistémicos. Lo que debemos hacer es seguir tratando de mejorar el sistema con esfuerzo y espíritu crítico, pero sin caer en querer destruirlo con ira, para acabar abrazando el que otros nos ofrezcan tan intencionadamente en su táctica de conquista socioeconómica.

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Tal vez de eso se trate el juego. Una opinión bien informada, contrastada y fundamentada, y alejarse de lo pasionalmente visceral, son nuestras mejores armas, tanto ante los “banksters”, como también ante los que nos azuzan para tirar abajo todo el sistema y darnos un tiro en la sien por el malhacer de tan sólo unos pocos. Hoy en día las democracias desarrolladas caminan por una arista de alta montaña, con un precipicio a ambos lados, y hay que seguir avanzando sin caerse a ninguno de los dos abismos que se abren bajo nuestros pies.

No se rindan. Resistan. Nunca se arrepentirán de haber estado entre los que lucharon hasta el final por tener un futuro, porque la alternativa de no tenerlo es obviamente mucho peor: coger un fardo de billetes y saltar al vacío ético no les va a evitar estrellarse contra el suelo. Sacar las guillotinas a la calle y radicalizarse como pretenden algunos tampoco les va a llevar al prometido mundo mejor, sino a uno (mucho) peor. No traerá a nada bueno dejarse llevar con violencia por la visceralidad intencionada de esa propaganda que carga destructivamente contra el sistema que, al fin y al cabo, nos da de comer desde hace décadas, y con unos estándares de vida muy superiores a otros sistemas conocidos. Al final, los individuos más libres resultan ser los más moderados: están más a salvo de ser cegados por las pasiones irrefrenables que provocan temas (y dinero) como el de hoy. Y en una democracia, cuando la mayoría se ciega, es la democracia y las libertades en su conjunto las que corren serio peligro. De ustedes depende(mos).

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